miércoles, 30 de enero de 2008

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lunes, 21 de enero de 2008

"LUCES DE LA CIUDAD" de CHARLES CHAPLIN

"Luces de la ciudad" (City Lights) es una película escrita, dirigida e interpretada en 1931 por Charlie Chaplin. Se trata de una pelicula sonora-no hablada. (tiene una banda sonora con música y efectos de sonido).El cine hablado surgió con gran fuerza tras el éxito de la primera pelicula sonora "El cantor de Jazz" (1927), pero Chaplin se mantuvo fiel a Charlot reivindicando la "pantomima" y el gesto como lenguaje cinematográfico válido en sí mismo y versdero instrumento del actor. La profundidad y elalcance de la pantomima quizá resida en que es una abstracción de la realidad y esta abstracción, en manos de Chaplin ,se coniverte casi en poesía visual. Su cine y su personaje, Charlot, son una metáfora de la realidad y del ser humano. En la siguiente escena del inicio de "Luces de la ciudad" el gesto, la música y el silencio hablan con toda elocuencia.Ciertamente, sobran las palabras.


¡ATENCION!
Clisador advierte de que la siguiente escena contiene los últimos minutos de la película.

domingo, 20 de enero de 2008

DIVAN DEL TAMARIT de F. G. LORCA


UNA POESIA OCULTA, A LA VISTA DE TODOS

Escrito por Clisador.

Uno de los tesoros ocultos de la Alhambra es la poesía que decora, tallada sobre yeso, muchas de sus salas. Escrita para el deleite, para ensalzar al sultán y alabar a Alá, esta poesía vibra, escondida “entre yeso y jazmines”, tras la belleza de sus formas de y los complejos atauriques que la adornan. La obra literaria de Federico García Lorca ha logrado, en pocos años después de su muerte, un alcance universal. Sus obras de teatro, su poesía, sus conferencias, cartas, prosas e incluso algunos detalles de su vidad privada son de dominio público. Sin embargo hay un libro que parece haber permanecido al margen de ese "lorquismo" superficial ; un pequeño libro que, como la poesía epigráfica de la Alhambra, permanece semioculto a la vista de todo el mundo.


Diván del Tamarit” es una obra llena de oscuras imágenes, luminosas intuiciones, de símbolos y elementos que se van repitiendo convirtiéndola en algo cerrado y con un lenguaje casi hermético. Un pequeño mundo creado por Lorca a imagen y semejanza de sus sentimientos, visiones, sufrimientos, etc. Una recreación íntima de Granada. Granada: aquella ciudad a la que tanto amó por cuanto significó y por cuanto subyacía en ella (“Granada es agua oculta que llora”); y aquella ciudad a la que odió por sus aburguesados convencionalismos sociales, religiosos y morales que le oprimían no sólo por su condición de intelectual, poeta, homosexual, defensor del pueblo sencillo, de los marginados (gitanos, negros americanos, moros...) sino porque que aplastaba a un pueblo necesitado de poesía y de cultura. (lo que le llevó a impulsar y dirigir “la Barraca” considerada por él su “gran obra”, encontrando la enemistad de una derecha fascista creciente también en Alemania e Italia con cuyas acciones “estos campos se van a llenar de muertos” ).

DIVAN: la palabra
A nuestro poeta de Granada siempre le atrajo la poesía de aquellos otros poetas arábigo-andaluces que cantaron al amor, a la belleza y a la vida en al-Andalus. Conoció la obra de algunos de ellos a través de las traducciones del gran arabista, fundador de la Escuela de Estudios Árabes (hoy en la Cuesta del Chapiz), Emilio García Gómez. Gracias a su amigo García Gómez , Lorca habría tenido acceso a esa poesía cuya edición, la más lujosa del mundo, es el yeso de las paredes de las estancias de la Alhambra. Lorca quiso homenajear a sus paisanos poetas de “Garnata” con este diwán, este conjunto de poemas agrupados bajo nombres de géneros de la poesía árabe como Gacelas y Casidas, que, más allá de una imitación en las formas o estructuras, son la voz viva del poeta.

TAMARIT: el lugar
El Tamarit, que en árabe significa “abundante en dátiles”, era el nombre de la finca de unos vecinos, cercana a la que tenían sus padres a las afueras de Granada. Allí, en su Huerta de San Vicente, Lorca y su familia solían pasar los veranos. Como un carmen del Albaicín (“cal, mirto y surtidor”) o como la misma Alhambra, la Huerta de San Vicente era un paraíso particular, un jardín para el amor donde “los niños están para alegría nuestra” (sus sobrinos, hijos de los vecinos etc..) y donde había tanto jazmín y galán de noche que en las sobremesas familiares, bajo la noche andaluza, les daba a todos “un lírico dolor de cabeza”. Vemos así que desde los pequeños detalles de su vida cotidiana y hasta sus grandes dramas vitales, todo entra a formar parte de esa “atmósfera poética” en la que nadie, “ni yo mismo”, sabe lo que está pasando.


DIVAN DEL TAMARIT: la obra
El Diván fue escrito en los últimos años de la vida de Lorca (su primera lectura en público fue a finales de 1934) y no lo llegó a ver publicado. Tras su triunfal “Romancero gitano” criticado duramente por Buñuel y por su añorado y perdido Dalí;tras sus experiencias con el surrealismo; tras asistir al caos de Nueva York; después de la acogida fraternal de Cuba donde el poeta comenzó a vivir con libertad y alegría su condición sexual; paralelamente al éxito internacional de “Bodas de sangre” que arrasó en Buenos Aires, y que se representó en Nueva York traducida el inglés; mientras lloraba a su amigo Ignacio Sánchez Mejías; mientras preparaba su polémica obra teatral “Yerma” (drama rural sobre la esterilidad que le colocó frente a la derecha machista y rancia de España); mientras se metía en el barro y abandonaba “las azucenas para ayudar a los que buscan las azucenas” ; mientras se convertía en poeta del pueblo recorriendo España con la Barraca y declaraba que el ser de Granada le hacía identificarse con los oprimidos que “no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega” ; en todo esta actividad frenética surge “Diván del Tamarit” : un librito que no era ni gitano, ni surrealista, ni social, ni antiguo, ni vanguardista sino que bebía de todo aquello y que era, sobre todo, profundamente lorquiano.
Con un lenguaje a veces hermano del “Llanto” y de los “Sonetos del amor oscuro” en este diván, de un “granadismo delirante”, brillan imágenes sorprendentes de un Lorca obsesionado por el amor sentido como algo que lleva a la frustración y cuyo fin infructuoso nos remite a su otra trágica intuición: la muerte. Lorca decía que el poeta era un médium y él mismo, a veces, tuvo experiencias fuera de lo normal. Como escribió en un poema de “Poeta en Nueva York” : "porque yo no soy un hombre, ni un árbol, ni una hoja, pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado. "

GRANADA , PARAISO CERRADO PARA MUCHOS

( "Este texto escrito por Federico Garcia Lorca podría ser considerado como un "Breve Manual del perfecto clisador". Para lograr que la clisa sea perfecta puedes acompañar la lectura con esta música." Clisador.)



Fedreico Garcia Lorca.

Granada ama lo diminuto. Y en general toda Andalucía. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo.Nada tan incitante para la confidencia y el amor. Pero los diminutivos de Sevilla y los diminutivos de Málaga son ciudades en las encrucijadas del agua, ciudades con sed de aventura que se escapan al mar. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, busca a sí misma sus horizontes, se recrea en sus pequeñas joyas y ofrece en su lenguaje
diminutivo soso, su diminutivo sin ritmo y casi sin gracia, si se compara con el baile fonético de Málaga y Sevilla, pero cordial, doméstico, entrañable. Diminutivo asustado como un pájaro, que abre secretas cámaras de sentimiento y revela el más definido matiz de la ciudad. El diminutivo no tiene más misión que la de limitar, ceñir, traer a la habitación y poner en nuestra mano los objetos o ideas de gran perspectiva. Se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las distancias, y hasta lo prodigioso: la acción. No queremos que el mundo sea tan grande ni el mar tan hondo. Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos.

Granada no puede salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla del mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas con lo que han visto. Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su alto puesto natural de estrellas. Por eso, porque no tiene sed de aventuras, se dobla sobre sí misma y usa del diminutivo para recoger su imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo y armonizar sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas de la ciudad.




Por eso la estética genuinamente granadina es la estética del diminutivo, la estética de las cosas diminutas. Las creaciones justas de Granada son el camarín y el mirador de bellas y reducidas proporciones. Así como el jardín pequeño y la estatua chica. Lo que se llaman escuelas granadinas son núcleos de artistas que trabajan con primor obras de pequeño tamaño. No quiere esto decir que limiten su actividad a esta clase de trabajo; pero, desde luego, es lo más característico de sus personalidades. Se puede afirmar que las escuelas de Granada y sus más genuinas representantes son preciosistas. La tradición del arabesco de la Alhambra, complicado y de pequeño ámbito, pesa en todos los grandes artistas de aquella tierra. El pequeño palacio de la Alhambra, palacio que la fantasía andaluza vio mirando con los gemelos al revés, ha sido siempre el eje estético de la ciudad.
Parece que Granada no se ha enterado de que en ella se levantan el palacio de Carlos V y la dibujada catedral. No hay tradición cesárea ni tradición de haz de columnas. Granada todavía se asusta de su gran torre fría y se mete en sus antiguos camarines, con una maceta de arrayán y un chorro de agua helada, para labrar en dura madera pequeñas torres de marfil. La tradición renacentista, con tener en la urbe bellas muestras de su actividad, se despega, se escapa o, burlándose de las proporciones que impone la época, construye la inverosímil torrecilla de Santa Ana: torre diminuta, más para palomas que para campanas, hecha con todo el garbo y la gracia antigua de Granada. En los años en que renace el arco del triunfo, labra Alonso Cano sus virgencitas, preciosos ejemplares de virtud y de intimidad. Cuando el castellano es apto para describir los elementos de la Naturaleza y flexible hasta el punto de estar dispuesto para las más agudas construcciones místicas, tiene Fray Luis de Granada delectaciones descriptivas de cosas y objetos pequeñísimos. Es Fray Luis quien, en la Introducción al símbolo de la fe, habla de cómo resplandece más la sabiduría y providencia de Dios en las cosas pequeñas que en las grandes. Humilde y preciosista, hombre de rincón y maestro de miradas, como todos los buenos granadinos.

En la época en que Góngora lanza su proclama de poesía pura y abstracta, recogida con avidez por los espíritus más líricos de su tiempo, no podía Granada permanecer inactiva en la lucha que definía una vez más el mapa literario de España. Soto de Rojas abraza la estrecha y difícil regla gongorina; pero, mientras el sutil cordobés juega con mares, selvas y elementos de la Naturaleza, Soto de Rojas se encierra en su Jardín para descubrir surtidores, dalias, jilgueros y aires suaves. Aires moriscos, medio italianos, que mueven todavía sus ramas, frutos y boscajes de su poema.
En suma: su característica es el preciosismo granadino. Ordena su naturaleza con un instinto de interior doméstico. Huye de los grandes elementos de la Naturaleza, y prefiere las guirnaldas y los cestos de frutas que hace con sus propias manos. Así pasó siempre en Granada. Por debajo de la impresión renacentista, la sangre indígena daba sus frutos virginales.

La estética de las cosas pequeñas ha sido nuestro fruto más castizo, la nota distinta y el más delicado juego de nuestros artistas. Y no es obra de paciencia, sino obra de tiempo; no obra de trabajo, sino obra de pura virtud y amor. Esto no podía suceder en otra ciudad. Pero sí en Granada.

Granada es una ciudad de ocio, una ciudad para la contemplación y la fantasía, una ciudad donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte el nombre de su amor en el suelo. Las horas son allí más largas y sabrosas que en ninguna otra ciudad de España. Tiene crepúsculos complicados de luces constantemente inéditas que parece no terminarán nunca. Sostenemos con los amigos largas conversaciones en medio de sus calles. Vive con la fantasía. Está llena de iniciativas, pero falta de acción. Sólo en la ciudad de ocios y tranquilidades puede haber exquisitos catadores de aguas, de temperaturas y de crepúsculos, como los hay en Granada.

El granadino está rodeado de la naturaleza más espléndida, pero no va a ella. Los paisajes son extraordinarios; pero el granadino prefiere mirarlos desde su ventana. Le asustan los elementos y desprecia el vulgo voceador, que no es de ninguna parte. Como es hombre de fantasía, no es, naturalmente, hombre de valor. Prefiere el aire suave y frío de su nieve al viento terrible y áspero que se oye en Ronda, por ejemplo, y está dispuesto a poner su alma en diminutivo y traer al mundo dentro de su cuarto. Sabiamente se da cuenta de que así puede comprender mejor. Renuncia a la aventura, a los viajes, a las curiosidades exteriores; las más veces renuncia al lujo, a los vestidos, a la urbe. Desprecia todo esto y engalana su jardín. Se retira consigo mismo. Es hombre de pocos amigos. (¿No es proverbial en Andalucía la reserva de Granada?)

De esta manera mira y se fija amorosamente en los objetos que lo rodean. Además, no tiene prisa. Quizá por esta mecánica los artistas de Granada se hayan deleitado en labrar cosas pequeñas o describir mundos de pequeño ámbito. Se me puede decir que éstas son las condiciones más aptas para producir una filosofía. Pero una filosofía necesita una constancia y un equilibrio matemático, bastante difícil en Granada. Granada es apta para el sueño y el ensueño. Por todas partes limita con lo inefable. Y hay mucha diferencia entre soñar y pensar, aunque las actitudes sean gemelas.

Granada será siempre más plástica que filosófica. Más lírica que dramática. La sustancia entrañable de su personalidad se esconde en los interiores de sus casas y de su paisaje. Su voz es una voz que baja de un miradorcillo o sube de una ventana oscura. Voz impersonal, aguda, llena de una inefable melancolía aristocrática. Pero ¿quién la canta? ¿De dónde ha salido esa voz delgada, noche y día al mismo tiempo?
Para oírla hay necesidad de entrar en los pequeños camarines, rincones y esquinas de la ciudad. Hay que vivir su interior sin gente y su soledad ceñida. Y lo más admirable: hay que hurgar y explorar nuestra propia intimidad y secreto, es decir, hay que adoptar una actitud definidamente lírica.Hay necesidad de empobrecerse un poquito, de olvidar nuestro nombre, de renunciar a eso que han llamado las gentes personalidad.Todo lo contrario que Sevilla. Sevilla es el hombre y su complejo sensual y sentimental. Es la intriga política y el arco de triunfo. Don Pedro y Don Juan. Está llena de elemento humano, y su voz arranca lágrimas, porque todos la entienden. Granada es como la narración de lo que ya pasó en Sevilla. Hay un vacío de cosa definitivamente acabada.

Comprendiendo el alma íntima y recatada de la ciudad, alma de interior y jardín pequeño, se explica también la estética de muchos de nuestros artistas más representativos y sus característicos procedimientos.Todo tiene por fuerza un dulce aire doméstico; pero, verdaderamente, ¿quién penetra esta intimidad? Por eso, cuando en el siglo XVII un poeta granadino, don Pedro Soto de Rojas, de vuelta de Madrid, lleno de pesadumbre y desengaños, escribe en la portada de un libro suyo estas palabras: "Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos», hace, a mi modo de ver, la más exacta definición de Granada: Paraíso cerrado para muchos.